domingo, 12 de diciembre de 2021

Entrevista a Revilla Maketo

Revilla Maketo; haciendo feos a la Cantabria contemporánea. Clase trabajadora, resentida y desencantada. El peor enemigo; el populismo victimista.


1. ¿De dónde viene el Estatuto de Autonomía de Cantabria?

Menuda preguntita. Pues “resumiendo”, como casi todos los Estatutos de Autonomía que existen en el Estado, nace como producto de ese fenómeno o proceso histórico que se ha dado en llamar la Transición. Salvo los casos vasco, catalán y gallego, el resto de Estatutos tienen ese mismo origen, gestados, precisamente, gracias a la pre-existencia de estos tres precedentes que se remontan a la II República. En el caso particular de Cantabria, tiene su origen en un sentimiento de alarma que se produce dentro de determinados sectores sociales, culturales y económicos de la entonces Provincia de Santander, a raíz de la crisis industrial que comienza a sacudir en la segunda mitad de los años 60. La Provincia de Santander pasa, en apenas seis o siete años, de ocupar los primeros puestos en los rankings provinciales de Renta Per Cápita, PIB, actividad portuaria, actividad comercial, industrialización, paro… etc, a formar parte del vagón de cola en dichos indicadores. Valga como dato que el Puerto de Santander, que pasa de ser el quinto de todo el Estado, al ocupar puesto 25 –puesto que, más o menos, sigue ocupando hoy en día, tras 40 años de “exitosa” gestión económica.- Todo ese malestar se traduce en la demanda de un Concierto Económico Provincial, similar al que ya disfrutaban Álava y Navarra durante el franquismo, que sirviera como herramienta de protección de los sectores económicos básicos para la provincia, y que se estaban desmoronando a pasos agigantados. El pistoletazo de salida del proceso autonómico fue sin duda la publicación de El Comunicado de los Cien, en marzo de 1976, donde cien de las principales personalidades de Cantabria, tanto desde el punto de vista político, cultural, económico o periodístico, firman un documento en el que, por primera vez, se materializa ese malestar y esa urgencia social por poner freno a una situación económica que se iba de las manos.


En abril, un mes después, los firmantes acabarán fundando ADIC (Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria). Pese a la existencia de colectivos previos como el Comité Cívico, Kantabria Atropá, Comunidad Regionalista de Cantabria, o el Movimiento Nacionalista Cántabro, ADIC se acabó convirtiendo en el colectivo que definitivamente catapulta y canaliza todo ese malestar social. Y es ADIC quien ya plantea de forma nítida su objetivo, que ya no será únicamente un concierto económico, sino que va un paso más allá, y aprovechando la coyuntura de descentralización autonómica que se está comenzando a gestar en todo el Estado, para plantear por primera vez la Autonomía para Cantabria. Ya en el verano de 1977, el PTE (Partido del Trabajo de España), la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), el PSP (Partido Socialista Popular) y el Partido Carlista, reclamarían públicamente la autonomía. En Agosto del 77 se crea la Junta de Parlamentarios de Cantabria –compuesta por los diputados y senadores elegidos al Congreso por la provincia de Santander en las elecciones generales del 15 de junio. Y una de sus primeras decisiones es no integrar a Santander dentro del proyecto autonómico de Castilla y León. El 10 de Agosto (Día de La Montaña) surge otra entidad determinante en todo este proceso, el OUAC (Organismo Unitario para la Autonomía de Cantabria), conocido desde entonces como el “Organismo Unitario”, compuesto por ADIC, CU, CRC, CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), CCOO, UGT, ADM (Asociación Democrática de la Mujer), PSOE, PSOE-h (PSOE histórico), PSP (Partido Socialista Popular), PCE, ID, PTE, ORT, Partido Carlista y hasta por FPD (Federación Popular Democrática), FE-i (Falange Española independiente) y FE-a (Falange Española auténtica). No forman parte ni la UCD, debido a la fractura interna que la autonomía de Cantabria generó, ni AP, partido manifiestamente anti-autonomista y único partidario de la integración de la Provincia en Castilla y León. El Organismo Unitario protagoniza uno de los hitos del proceso autonómico, con la solicitud de la Autonomía desde el balcón del Ayuntamiento de Cabezón de la Sal, ese mismo Día de La Montaña de 1977. Curiosamente será Justo de las Cuevas, de la UCD, quien lea públicamente la declaración.

Y otro de los grandes acontecimientos fue la gran manifestación de Santander del 27 de agosto, donde 20000 personas, bajo un terrible aguacero, se manifiestan por el centro de la ciudad exigiendo la Autonomía. Pese al evidente sentir mayoritario de la sociedad cántabra y sus recién elegidos representantes, el Gobierno de España decide ignorar a la Junta de Parlamentarios, y en junio de 1978, el BOE publica el proyecto preautonómico de Castilla y León, incluyendo a la provincia de Santander, con lo cual, en principio, el Estado abortaba el proyecto autonómico cántabro. Pero será justo tras la aprobación de la Constitución española cuando se abra una segunda puerta, a través del art. 143, que daba posibilidad de acceder a la autonomía a través de la solicitud de la Diputación Provincial más la mayoría de los Ayuntamientos de la Provincia. Tras las elecciones municipales del 3 de abril de 1979, los ayuntamientos quedan legitimados democráticamente para ejercer ese papel. (Por cierto, son las primeras elecciones a las que se presenta el PRC de Miguel Angel Revilla, partido surgido del seno de ADIC, y fundado el 10 de noviembre de 1978.) Finalmente, 87 de los 102 municipios de Cantabria, que representaban el 95% del censo electoral, solicitan formalmente la autonomía. El Pleno de la Diputación Provincial hace lo propio el 22 de junio, ondeando ya la bandera de Cantabria (rojiblanca) en la fachada del edificio. El 10 de agosto de 1979 se constituye la “Asamblea Mixta de parlamentarios estatales y diputados provinciales”, con una Comisión encargada de la redacción del proyecto de Estatuto de Autonomía. En junio de 1980 se vota el articulado definitivo, con el voto en contra, entre otros, del PRC, por considerarlo un estatuto de mínimos, sin prácticamente carga competencial, y plagado de lastres de la época preautonómica. Aun así, con el voto afirmativo de la mayoría de la Diputación, en julio se presenta a la Mesa del Congreso, para su tramitación parlamentaria. Finalmente, el 15 de octubre es aprobado por votación en el Congreso, el 2 de diciembre por el Senado, y el 15 de diciembre definitivamente por el Congreso. El 31 de enero de 1982, entrará en vigor.


2. ¿Qué es el cantabrismo?

Otra buena pregunta. Y para responderla, haría falta entender previamente cómo es el pueblo cántabro, o más bien cómo es su “identidad”. El último precedente de Cantabria como entidad jurídica es la Provincia de Cantabria, creada por el reino visigodo tras la conquista del país por Leovigildo en el s. VI. Ésta desaparecerá el s.VIII, diluida dentro del Reino de Cangas, al casarse el último Dux (Alfonso, hijo de Pedro de Cantabria) con la hija de Don Pelayo, pasando a la historia como Alfonso I El Católico. Cantabria no volverá a resurgir como ente institucional hasta el s.XVIII. Evidentemente, el pueblo cántabro ni desaparece de la noche a la mañana, ni resurge 1000 años después del mismo modo. Bajo el nombre de “montañeses” y “La Montaña”, el pueblo sobrevive sobre ese mismo territorio, pero únicamente como realidad étnica, expresamente reconocida por el reino de Castilla desde el s.XIII, pero sin la más mínima materialización jurídica ni administrativa. Algo similar a lo que ocurre con Vasconia o los vascos durante siglos, que carecerán de una unidad política que los aúne. Esos mil años de supervivencia y reconocimiento como pueblo, tanto interna, como desde fuera, pero sin la más mínima vocación por la oficialización de su territorio, por la unificación administrativa o jurídica, acaba definiendo la Cantabria de hoy. Cantabria, desde la Alta Edad media, se descompone en toda una red de jurisdicciones menores, concejos, valles, reales valles, merindades, partidos, marquesados, juntas… etc, ello constituye la mejor pista sobre cómo es montañés y cuál es su principal rasgo definitorio como pueblo: su individualismo radical.

Es decir, una constante en la personalidad de este pueblo a lo largo de los siglos es su laxo interés o motivación por establecer una articulación de su realidad colectiva, sea ésta de tipo que sea, ya fuera jurídica -en el antiguo régimen-, o política -en época contemporánea-. ¿Qué es el Cantabrismo? Pues para mí, precisamente es el sentimiento de rechazo de una parte de la sociedad de Cantabria contra ese ADN antisocial del montañés. Es enfrentarse a sus seculares patologías socio-políticas, que le avocan, inevitablemente a su propia desaparición como pueblo. Durante siglos, esas carencias sociales e identitarias, se atenuaban por una realidad geográfica y orográfica que definía un espacio físico aislado, y que garantizaba la supervivencia de una realidad etnográfica diferenciada, una cultura, una personalidad colectiva, unos valores, un derecho consuetudinario. En definitiva, La Montaña sobrevivió en base a una “autarquía” impuesta por la realidad física del país, que garantizaba la pervivencia del pueblo montañés y del conjunto de sus manifestaciones materiales e inmateriales. El problema es que hace generaciones que formamos parte de una realidad cada vez más global, donde esas viejas fronteras ya no ejercen esa “protección”, y se han visto superadas frente a ese proceso globalizador. Y sin un chaleco protector conformado por una identidad social sólida, madura, sería y cohesionada, no tienes nada con lo que enfrentarte al reto de la pervivencia.


3. ¿De dónde viene el Lábaru cántabro?

El Lábaru surge en los años 70, como creación de Luis Ángel Montes de Neira, líder de uno de los primeros movimientos pro-autonomía de Cantabria (Kantabria Atropá). No es más que la “interpretación” del antiguo estandarte romano, denominado “Cántabrum”. De este antiguo estandarte no se sabe nada respecto de su aspecto y diseño, sólo existe documentación sobre quien lo portaba, y que era de origen cántabro, probablemente incorporado por las tropas auxiliares cántabras asimiladas a las legiones romanas tras la conquista, y que fue adquiriendo cada vez más relevancia dentro de dichas unidades romanas, hasta trascender más allá de su origen inicial cántabro. Montés de Neira se puede decir que “inventa” el diseño, en base a sus suposiciones e interpretaciones personales, pero sin el más mínimo fundamento histórico. Así de sencillo. Otra cosa es que el diseño, inicialmente descartado como bandera de la comunidad autónoma durante la Transición, posteriormente ha ido ganando adeptos de forma transversal en la sociedad de Cantabria, hasta desbancar a la bandera rojiblanca, únicamente utilizada ya en actos y edificios oficiales. El nombre, Lábaru, es producto de una chapucera interpretación de datos históricos. Tiene su origen en una teoría histórica muy arraigada entre el clero vasco hasta el s.XVIII , denominada “vasco-cantabrismo”.

Dicha teoría venía a decir que la antigua Cantabria en realidad se ubicaba en las provincias de Bizkaia, Álava y Gipuzkoa, y que por tanto, los antiguos cántabros eran los antepasados de los vascongados. En el seno de esa corriente, también se extendió la idea de que los antiguos cántabros portaban un “Lábaro”, que es otro estandarte romano, ligado al emperador, pero que nada tenía que ver con el “Cántabrum”. El caso es que se hicieron una tortilla de patata con todos esos datos, y dedujeron que el Cántabrum y el Lábarum eran el mismo estandarte, básicamente porque el nombre tenía una fonética muy similar a un símbolo que entonces se empezaba a poner en valor: el Lauburu. Como ves, no es más que una cadena de despropósitos, propios una época de oscurantismo histórico, pero el hecho en sí es que durante mucho tiempo esta teoría del vasco-cantabrismo tuvo rango de cuasi-oficialidad científica; de hecho existió un Regimiento de Infantería Cantabria Nº39, ubicado en Salinas (Gipuzkoa), creado en 1708, y que portaba como emblema un “Lábaro”, de diseño también gratuito: un aspa negra sobre fondo blanco.


4. ¿Quiénes eran Amos de Escalante y José María de Pereda?

Son dos de los autores más destacados de las letras montañesas del s.XIX, junto con otros como Menéndez Pelayo. Forman parte del esplendor de la literatura costumbrista montañesa, cada uno desde su ámbito literario. Como ya te he comentado anteriormente, el cántabro o montañés, siempre ha entendido su tierra y su realidad como un mero hecho cultural o etnográfico, sin profundizar ni un milímetro más en otros aspectos como la identidad sociopolítica. Y de este fenómeno no fueron ajenos sus plumas más destacadas. En su obras destaca el amor y la devoción por su tierra, por sus gentes, por sus tradiciones, por la raigambre de sus linajes, por el tipismo y las escenas de su día a día, sus fiestas, sus manifestaciones, su forma de hablar, cantar, bailar, relacionarse o trabajar, pero jamás escribirán ni una letra reflexionando sobre la realidad social, política o económica del país, sobre las urgencias, necesidades, anhelos o carencias colectivas del pueblo montañés.

José María de Pereda

Y eso que, por ejemplo, Pereda hizo carrera política dentro del movimiento tradicionalista (carlista), pero nunca tuvo la más mínima inclinación por la cuestión montañesa, más allá de la conservación de su tipismo y sus esencias culturales, amenazadas por la modernidad y las ideas liberales. Y para colmo, Pereda, uno de los grandes referentes del habla montañesa, que conoció y escribió, siempre se consideró castellano, y definió al Montañés como parte del Castellano, cuando ya Menéndez Pelayo y otros autores de la época habían catalogado a las formas de expresión oral de La Montaña como realidades lingüísticas entroncadas con el astur-leonés. Pero lo que son los antojos de la historia; con el paso de las décadas, Pereda y su obra se acabó convirtiendo en una de las principales referencias de los primeros pensadores cantabristas, como primer documentalista y testaferro de la Cantabria más autóctona y de sus marcados hechos diferenciales dentro del Estado, especialmente respecto de Castilla y su cultura.


5. ¿El cantabrismo tiene algo que ver con el republicanismo español?

Si nos ubicamos en las primeras décadas del s.XX hasta la Guerra Civil, se puede decir que no es del todo cierto. Si uno repasa la prensa de ese periodo, tanto en publicaciones conservadoras, liberales, progresistas o incluso socialistas, el discurso “cantabrista” se caracteriza por dos aspectos: El primer aspecto es la ausencia de unas líneas nítidas, es decir, no existen corrientes de pensamiento con principios básicos respecto del hecho montañés y sus aspiraciones; se suceden decenas de autores, cada uno de ellos con ideas personalísimas (producto del ya señalado “individualismo montañés”), que desprenden las teorías más surrealistas que uno se pueda encontrar, tanto a la hora de analizar las carencias o urgencias de La Montaña, como a la hora de plantear soluciones políticas o teorías económicas. Comenzando por la propia articulación territorial de la Provincia dentro del mapa “regional” del Estado, donde hay una propuesta casi por cada autor; desde mancomunidades con Asturias y León, hasta la creación de hinterland con las provincias del norte de Castilla, o la unificación definitiva de todos los territorios montañeses disgregados desde 1833 en cinco provincias (la Montaña leonesa, la Montaña Palentina, la Montaña Burgalesa, La Montaña de Santander, y el oriente de Asturias). Y como no, también los que defendían la castellanidad de Santander como cuna del reino y esencia de España. Y el segundo aspecto, como ya he avanzado antes, es que al no ser una corriente definida, es abrazada por todas los movimientos ideológicos, desde el tradicionalismo, los monárquicos, los liberales, los progresistas, los revolucionarios… Cada uno arrimando el ascua a su sardina, y ninguno forjando ninguna línea de pensamiento homogénea en sus respectivas filas. Una vez proclamada la II República, y una vez ésta va avanzando, los movimientos descentralizadores van derivando en todo el Estado, cada vez más hacia movimientos de izquierda, progresistas o republicanos. Básicamente porque los procesos de Cataluña y Euskadi van generado cada vez más un hondo rechazo en las derechas españolas, que cada vez se van tornando más centralistas y “jacobinas”. En Cantabria esto se materializa de forma definitiva tras el 18 de julio. Hasta entonces, buena parte de la izquierda se seguía dividiendo entre los que abogaban por formar parte de un Estado Castellano, los que aún defendían la idea del hinterland con el norte de Castilla, y los que empezaban a proponer una Cantabria uniprovincial emancipada del ideal castellano, con el que nada nos unía más allá de vínculos históricos o administrativos. Una vez asentado el mapa militar, con los dos bandos ocupando territorios más o menos definidos, se observa toda Castilla La Vieja alineada de forma radical con los golpistas, mientras la provincia de Santander, más la Montaña palentina y burgalesa, siguen fieles a la legalidad republicana.


Tal vez este hecho acabó de disipar sueños mitológicos de la izquierda castellanista, y se asumió que La Montaña no era Castilla, y el mapa de ambos bandos resultó absolutamente revelador. A veces una imagen vale más que mil palabras. Y sí, ahí el movimiento cantabrista, incipiente y en pañales, pero empieza a ser manifiestamente republicano. Posteriormente será la izquierda, durante la Transición, la gran abanderada del autonomismo y la separación de Castilla, mientras que la Derecha españolista se erigirá como la única defensora del Santander castellano.


6. ¿Cómo definirías el pan castellanismo?

Es el gran elemento revelador del verdadero espíritu del castellanismo. Por mucha burra revolucionaria que nos lleven vendiendo durante años, al final Castilla sigue siendo Castilla, y sus esencias intolerantes, reaccionarias, violentas, dominadoras y hegemónicas, acaban escapando por los poros. Al final, enseñan la patita, y el caso de Cantabria es el mejor ejemplo. Castilla es el paradigma del pueblo perdedor; perdedor no en lo político, porque es el ÚNICO pueblo de España que jamás ha sabido lo que significa ser invadido, negado, aplastado, prohibido, perseguido, “aculturizado”… Son los únicos que no saben lo que significa que su lengua sea prohibida o sus instituciones sean aniquiladas y sustituidas por una potencia invasora; básicamente porque la fuerza invasora acostumbraban a ser ellos (Quan el mal ve d´Almasa…). Castilla ha ganado todas las guerras o conflictos internos que se han planteado en España (salvo la Guerra de las Comunidades). Cuando hablo de pueblo perdedor, me refiero a pobre, y no sólo al plano material. Y frente a esa pobreza, producto de diferentes factores (fundamentalmente logísticos), ha de encontrar un culpable. Como no podía ser de otra forma, la culpa nunca es suya, ni de su ubicación geográfica, ni de la escasa productividad de su tierras, ni de la ausencia de recursos naturales del territorio, ni de si irrelevancia en rutas mercantiles o comerciales… No, la culpa es de la Periferia; “la Periferia nos roba”… y encima nos disgrega en lo geopolítico.

El nivel de desquiciamiento panfletario se basa en dos líneas de inmadurez emocional y dialéctica. La primera es que el pueblo más “revolucionario” del Europa (paradigma, curiosamente, del pequeño propietario agrícola), el pueblo más tolerante, asambleario y democrático que ha conocido el Orbe, de repente toda su progresía guay se bloquea, y se pasa por el arco del triunfo la voluntad del pueblo montañés de ejercer su derecho al autogobierno. Y afirman, con expresión pelele, que éste no existe, que a los santanderinos nos han lavado la cabeza, que nuestro hecho es ilegítimo (como Casado hablando del Gobierno de Pedro Sánchez), y que la Comunidad Autónoma de Cantabria no es producto de la voluntad del pueblo, sino exclusivamente de una conspiración fascista: conspiración gestada entre la burguesía santanderina, el nacionalismo español anti-castellano, y el PNV. Así, y que quedan tan panchos, como quien sentencia la Santísima Trinidad, pero como un pin de Bildu en la sudadera.


No sé qué producto psicotrópico descatalogado consume el castellanismo de forma colectiva, desde hace generaciones, pero a la hora de diagnosticar su pedrada, me volvería a decantar por ese escozor de pueblo perdedor, que tiene que acudir al recurso psicológico del “culpable” externo frente a todo lo malo que padece, y ante esa urgencia psicológica, no opone la más mínima exigencia intelectual. En primer lugar, esa entelequia de tarado, la “burguesía santanderina”, además de ser una burguesía de origen castellano (burgalesa), desaparece en los años 60. Fue nuestra particular “huida de los Condes”. Cuando se producen los primeros amagos pre-autonómicos, los rescoldos de la manida “burguesía santanderina” hacía años que habían fallecido o estaban apagándose en alguna residencia madrileña. La provincia de Santander ya era un desierto industrial, y los únicos empresarios que existían eran de nuevo cuño, los típicos “emprendedores” hechos a sí mismos tras la guerra, que comenzaron desde abajo, pisando a los de más abajo. Ya no quedaba ni rastro de linajes decimonónicos. NADA En segundo lugar, todos lo que vivimos el proceso autonómico en Cantabria (que fue hace 40 años, no 40 siglos) sabemos dónde estaba cada cual, ideológicamente, respecto de dicho proceso. Es decir, todos sabíamos que toda la extrema izquierda, la izquierda y el centro, estaban a favor de la autonomía (véase los firmantes del Organismo Unitario, la Asamblea Mixta, o de cada una de las manifestaciones que se convocaron esos años), y fueron precisamente los representantes del nacionalismo español (AP y AICC) los ÚNCIOS que se opusieron de forma radical al proceso y defendieron la castellanidad “mitológica” de Santander. Y ya, en el colmo del peyote de secano, meten en la ecuación, nada más y nada menos, a los nacionalistas vascos (y lo defienden con una ikurriña colgada en la sede de IzCa, para que se vea lo super-revolucionarios que son). 


7.¿Cómo está Cantabria bajo el COVID19?

La verdad es que cuando un territorio ya está hundido en la más absoluta crisis estructural desde hace décadas, tanto en el plano económico, político, laboral, social, industrial, cultural… En el momento que llega esta crisis, ciertamente sacude con menos virulencia que en otros territorios más pujantes y dinámicos. En otras palabra, aquí el Covid tiene menos donde rascar, sobre todo cuando aún no nos habíamos levantado, en absoluto, de la crisis del 2009. Aquí el verdadero COVID fue el estallido de la burbuja inmobiliaria, que trajo consigo el cierre de multitud de empresas (dígase constructoras y vinculadas) y mandó al paro de miles y miles de ninis que durante los 90, y gracias al Pocero del Norte (Revilla), encontraron en los andamios la solución a todas sus carencias formativas y laborales. Como digo, cuando llegó el Covid, el barco aún seguía encallado. Es más, en realidad nunca dejó de estarlo.


8. ¿Cómo se encuentra el antifascismo en Cantabria?

Más bien la pregunta sería dónde está, porque yo no tengo ni idea. Si percibes alguna señal, házmelo saber. Ahora en serio; existen colectivos, pero como todo en Cantabria, absolutamente minoritarios, irrelevantes, descohesionados, intermitentes, volátiles, efervescentes… Como te digo, fiel reflejo de la estimulante realidad social de la Cantabria contemporánea.


9. ¿Qué era el ADIC?

Pues creo que ya te conté al comienzo, en la pregunta sobre los orígenes del Estatuto de Autonomía de Cantabria, cómo y dónde nace ADIC. Una vez se logra la Autonomía, Cantabria sufre, inmediatamente, un proceso de desinflado del “suflé autonomista” (como se decía de Catalunya con el procés). La sociedad civil de Cantabria estaba convencida que la Autonomía era el fin, era la meta. La inconstancia del cántabro contribuyó a que se negaba a asumir que la Autonomía no representaba el fin de la lucha, sino precisamente el comienzo. La Autonomía otorgaba herramientas y responsabilidad para poder luchar por aquello en lo que –supuestamente- crees, y asumir ese esfuerzo en pos de un bien común y de unas mayores cotas de bienestar. Pero no, el cántabro estaba convencido que, una vez lograda la Autonomía, ya se podía sentar en el porche, y esperar que el maná cayera del Cielo. En otras palabras, la mayor parte de la población de Cantabria entendió el hecho autonómico como un estatus bajo el cual, cada año, lloviesen millones y millones de pesetas, vía Presupuestos General del Estado, sin pasar por filtro de Valladolid y sin tener que repartir entre un montón de provincias más pobres y necesitadas que Cantabria (en 1982). Pues bien, esa bajada de brazos, afectó de manera directa a ADIC.


La asociación, además de sufrir un paulatino descenso de socios, quedó como el único movimiento social que abiertamente denunció la estafa autonómica que se fraguó durante la articulación del texto estatutario. El Estatuto de Autonomía de 1982, de facto no era ni eso, sino más bien la mera asunción de las competencias de la desaparecida Diputación Provincial de Santander, decoradas con una bandera, un presidente, un gobierno y una asamblea regional. Aún así, al pueblo llano ese detalle no le inquietó lo más mínimo, convencidos de que la consecución autonómica era algo así como ganarse el derecho a una renta vitalicia, sin dar un palo al agua. Y evidentemente, el autogobierno es justo lo contrario: trabajar más, porque trabajas para ti y para los tuyos, para obtener más (para ti y los tuyos). ADIC se declaró nacionalista en sus estatutos, abogó por un proceso de “construcción nacional”, y trató de pertrechar un discurso cantabrista frente a la deriva populista, españolista, provincianista y caciquil del PRC de Revilla.


Revilla acabó por asumir que la única forma de vivir de la política en Cantabria es no tratar de cambiar ni corregir los eternos vicios del pueblo cántabro, sino al contario; someterse a ellos y darle al pueblo lo que pide: ladrillo, especulación, toros y sevillanas… la España cañí, en medio del Cantábrico. Y frente a ese modelo, compartido con el PP, y no respondido ni denunciado desde la izquierda sucursalista (PSOE, PCE-IU), ADIC se convirtió en la única voz crítica con el secuestro y aniquilación del proceso autonómico. Con el paso de los años, ADIC ha pasado por diferentes procesos, más o menos traumáticos, producto de la propia realidad que padece Cantabria, y actualmente es un ente en vías de extinción, que cumplió su papel durante la Transición, pero que no fue capaz de incidir socialmente a la hora de denunciar el fracaso autonómico en que estaba derivando esta tierra. Entro otras cosas porque la mayor parte de la sociedad de Cantabria, es cómplice, consciente o inconscientemente, de esa farsa.


10. ¿El cantabrismo es regionalista o provincialista?

Bajo mi punto de vista, el cantabrismo ya no existe, salvo honrosas excepciones a nivel personal. Pero a nivel colectivo, hace mucho que desapareció (y sin vías de resurrección). Dicho esto, y hablando ya desde el plano teórico o conceptual, para mí no es ni regionalista y provincialista. Es todo lo contario, ha de ser enemigo acérrimo de esas dos corrientes. El cantabrismo debiera haber constituido una tendencia de pensamiento seria, preparada, intelectualmente intachable, con un discurso sin fisuras, convincente, creíble, con unas base social sólida y bien preparada, absolutamente inmunizada frente a cualquier discurso populista. En el plano social, como he dicho antes, debió ser un movimiento social absoluta y radicalmente enfrentado a los vicios tradicionales del pueblo montañés, puesto que estos vicios han sido la tumba de la propia Cantabria.

Y en el plano estrictamente ideológico, un movimiento comprometido con los valores culturales, etnográficos, y tradicionales del pueblo montañés, pero superando sus vicios, e insertándolos en un nuevo modelo social basado en el esfuerzo colectivo, la solidaridad, el sacrificio, la cohesión, la militancia constante, el compromiso con los demás, la lucha por el bien común, la primacía del interés colectivo frente a cualquier tentación individualista… Un movimiento, en primer lugar SOCIAL, y a continuación CÁNTABRO. Sin entender ni asumir el concepto de lo colectivo, es imposible asumir qué es ser cántabro y cantabrista, es decir, no hay identidad cántabra. En otras palabras, el cantabrismo debió ser exactamente lo contrario de lo que el PRC y Miguel Ángel Revilla han resultado ser: defensa a ultranza de los intereses de depredación del cántabro individualista, egoísta y salvaje, pisoteando los intereses colectivos de un pueblo, el cántabro, que ni se siente cántabro, ni se siente pueblo, ni siente suyos esos intereses colectivos

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