Revilla Maketo; haciendo feos a la Cantabria contemporánea. Clase trabajadora, resentida y desencantada. El peor enemigo; el populismo victimista.
1. ¿De dónde viene el Estatuto de Autonomía de Cantabria?
Menuda preguntita.
Pues “resumiendo”, como casi todos los Estatutos de Autonomía que existen en el Estado, nace como producto de ese
fenómeno o proceso histórico que se ha dado en llamar la Transición. Salvo los casos vasco, catalán y gallego, el resto
de Estatutos tienen ese mismo origen, gestados, precisamente, gracias a la pre-existencia de estos tres precedentes
que se remontan a la II República.
En el caso particular de Cantabria, tiene su origen en un sentimiento de alarma que se produce dentro de determinados
sectores sociales, culturales y económicos de la entonces Provincia de Santander, a raíz de la crisis industrial que
comienza a sacudir en la segunda mitad de los años 60. La Provincia de Santander pasa, en apenas seis o siete años,
de ocupar los primeros puestos en los rankings provinciales de Renta Per Cápita, PIB, actividad portuaria, actividad
comercial, industrialización, paro… etc, a formar parte del vagón de cola en dichos indicadores. Valga como dato que el
Puerto de Santander, que pasa de ser el quinto de todo el Estado, al ocupar puesto 25 –puesto que, más o menos,
sigue ocupando hoy en día, tras 40 años de “exitosa” gestión económica.-
Todo ese malestar se traduce en la demanda de un Concierto Económico Provincial, similar al que ya disfrutaban Álava
y Navarra durante el franquismo, que sirviera como herramienta de protección de los sectores económicos básicos
para la provincia, y que se estaban desmoronando a pasos agigantados.
El pistoletazo de salida del proceso autonómico fue sin duda la publicación de El Comunicado de los Cien, en marzo de
1976, donde cien de las principales personalidades de Cantabria, tanto desde el punto de vista político, cultural,
económico o periodístico, firman un documento en el que, por primera vez, se materializa ese malestar y esa urgencia
social por poner freno a una situación económica que se iba de las manos.
En abril, un mes después, los firmantes
acabarán fundando ADIC (Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria). Pese a la existencia de
colectivos previos como el Comité Cívico, Kantabria Atropá, Comunidad Regionalista de Cantabria, o el Movimiento
Nacionalista Cántabro, ADIC se acabó convirtiendo en el colectivo que definitivamente catapulta y canaliza todo ese
malestar social. Y es ADIC quien ya plantea de forma nítida su objetivo, que ya no será únicamente un concierto
económico, sino que va un paso más allá, y aprovechando la coyuntura de descentralización autonómica que se está
comenzando a gestar en todo el Estado, para plantear por primera vez la Autonomía para Cantabria. Ya en el verano
de 1977, el PTE (Partido del Trabajo de España), la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), el PSP
(Partido Socialista Popular) y el Partido Carlista, reclamarían públicamente la autonomía.
En Agosto del 77 se crea la Junta de Parlamentarios de Cantabria –compuesta por los diputados y senadores elegidos
al Congreso por la provincia de Santander en las elecciones generales del 15 de junio. Y una de sus primeras
decisiones es no integrar a Santander dentro del proyecto autonómico de Castilla y León.
El 10 de Agosto (Día de La Montaña) surge otra entidad determinante en todo este proceso, el OUAC (Organismo
Unitario para la Autonomía de Cantabria), conocido desde entonces como el “Organismo Unitario”, compuesto por
ADIC, CU, CRC, CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), CCOO, UGT, ADM (Asociación
Democrática de la Mujer), PSOE, PSOE-h (PSOE histórico), PSP (Partido Socialista Popular), PCE, ID, PTE, ORT,
Partido Carlista y hasta por FPD (Federación Popular Democrática), FE-i (Falange Española independiente) y FE-a
(Falange Española auténtica). No forman parte ni la UCD, debido a la fractura interna que la autonomía de Cantabria
generó, ni AP, partido manifiestamente anti-autonomista y único partidario de la integración de la Provincia en Castilla y
León. El Organismo Unitario protagoniza uno de los hitos del proceso autonómico, con la solicitud de la Autonomía
desde el balcón del Ayuntamiento de Cabezón de la Sal, ese mismo Día de La Montaña de 1977. Curiosamente será
Justo de las Cuevas, de la UCD, quien lea públicamente la declaración.
Y otro de los grandes acontecimientos fue la gran manifestación de Santander del 27 de agosto, donde 20000
personas, bajo un terrible aguacero, se manifiestan por el centro de la ciudad exigiendo la Autonomía.
Pese al evidente sentir mayoritario de la sociedad cántabra y sus recién elegidos representantes, el Gobierno de
España decide ignorar a la Junta de Parlamentarios, y en junio de 1978, el BOE publica el proyecto preautonómico de
Castilla y León, incluyendo a la provincia de Santander, con lo cual, en principio, el Estado abortaba el proyecto
autonómico cántabro. Pero será justo tras la aprobación de la Constitución española cuando se abra una segunda
puerta, a través del art. 143, que daba posibilidad de acceder a la autonomía a través de la solicitud de la Diputación
Provincial más la mayoría de los Ayuntamientos de la Provincia. Tras las elecciones municipales del 3 de abril de 1979,
los ayuntamientos quedan legitimados democráticamente para ejercer ese papel. (Por cierto, son las primeras
elecciones a las que se presenta el PRC de Miguel Angel Revilla, partido surgido del seno de ADIC, y fundado el 10 de
noviembre de 1978.)
Finalmente, 87 de los 102 municipios de Cantabria, que representaban el 95% del censo electoral, solicitan
formalmente la autonomía. El Pleno de la Diputación Provincial hace lo propio el 22 de junio, ondeando ya la bandera
de Cantabria (rojiblanca) en la fachada del edificio. El 10 de agosto de 1979 se constituye la “Asamblea Mixta de
parlamentarios estatales y diputados provinciales”, con una Comisión encargada de la redacción del proyecto de
Estatuto de Autonomía. En junio de 1980 se vota el articulado definitivo, con el voto en contra, entre otros, del PRC, por
considerarlo un estatuto de mínimos, sin prácticamente carga competencial, y plagado de lastres de la época
preautonómica. Aun así, con el voto afirmativo de la mayoría de la Diputación, en julio se presenta a la Mesa del
Congreso, para su tramitación parlamentaria. Finalmente, el 15 de octubre es aprobado por votación en el Congreso, el
2 de diciembre por el Senado, y el 15 de diciembre definitivamente por el Congreso. El 31 de enero de 1982, entrará en
vigor.
2. ¿Qué es el cantabrismo?
Otra buena pregunta. Y para responderla, haría falta entender previamente cómo es el pueblo cántabro, o más bien
cómo es su “identidad”.
El último precedente de Cantabria como entidad jurídica es la Provincia de Cantabria, creada por el reino visigodo tras
la conquista del país por Leovigildo en el s. VI. Ésta desaparecerá el s.VIII, diluida dentro del Reino de Cangas, al
casarse el último Dux (Alfonso, hijo de Pedro de Cantabria) con la hija de Don Pelayo, pasando a la historia como
Alfonso I El Católico. Cantabria no volverá a resurgir como ente institucional hasta el s.XVIII.
Evidentemente, el pueblo cántabro ni desaparece de la noche a la mañana, ni resurge 1000 años después del mismo
modo. Bajo el nombre de “montañeses” y “La Montaña”, el pueblo sobrevive sobre ese mismo territorio, pero
únicamente como realidad étnica, expresamente reconocida por el reino de Castilla desde el s.XIII, pero sin la más
mínima materialización jurídica ni administrativa. Algo similar a lo que ocurre con Vasconia o los vascos durante siglos,
que carecerán de una unidad política que los aúne.
Esos mil años de supervivencia y reconocimiento como pueblo, tanto interna, como desde fuera, pero sin la más
mínima vocación por la oficialización de su territorio, por la unificación administrativa o jurídica, acaba definiendo la
Cantabria de hoy. Cantabria, desde la Alta Edad media, se descompone en toda una red de jurisdicciones menores,
concejos, valles, reales valles, merindades, partidos, marquesados, juntas… etc, ello constituye la mejor pista sobre
cómo es montañés y cuál es su principal rasgo definitorio como pueblo: su individualismo radical.
Es decir, una
constante en la personalidad de este pueblo a lo largo de los siglos es su laxo interés o motivación por establecer una
articulación de su realidad colectiva, sea ésta de tipo que sea, ya fuera jurídica -en el antiguo régimen-, o política -en
época contemporánea-.
¿Qué es el Cantabrismo? Pues para mí, precisamente es el sentimiento de rechazo de una parte de la sociedad de
Cantabria contra ese ADN antisocial del montañés. Es enfrentarse a sus seculares patologías socio-políticas, que le
avocan, inevitablemente a su propia desaparición como pueblo. Durante siglos, esas carencias sociales e identitarias,
se atenuaban por una realidad geográfica y orográfica que definía un espacio físico aislado, y que garantizaba la
supervivencia de una realidad etnográfica diferenciada, una cultura, una personalidad colectiva, unos valores, un
derecho consuetudinario. En definitiva, La Montaña sobrevivió en base a una “autarquía” impuesta por la realidad física
del país, que garantizaba la pervivencia del pueblo montañés y del conjunto de sus manifestaciones materiales e
inmateriales. El problema es que hace generaciones que formamos parte de una realidad cada vez más global, donde
esas viejas fronteras ya no ejercen esa “protección”, y se han visto superadas frente a ese proceso globalizador. Y sin
un chaleco protector conformado por una identidad social sólida, madura, sería y cohesionada, no tienes nada con lo
que enfrentarte al reto de la pervivencia.
3. ¿De dónde viene el Lábaru cántabro?
El Lábaru surge en los años 70, como creación de Luis Ángel Montes de Neira, líder de uno de los primeros
movimientos pro-autonomía de Cantabria (Kantabria Atropá). No es más que la “interpretación” del antiguo estandarte
romano, denominado “Cántabrum”. De este antiguo estandarte no se sabe nada respecto de su aspecto y diseño, sólo
existe documentación sobre quien lo portaba, y que era de origen cántabro, probablemente incorporado por las tropas
auxiliares cántabras asimiladas a las legiones romanas tras la conquista, y que fue adquiriendo cada vez más
relevancia dentro de dichas unidades romanas, hasta trascender más allá de su origen inicial cántabro.
Montés de Neira se puede decir que “inventa” el diseño, en base a sus suposiciones e interpretaciones personales,
pero sin el más mínimo fundamento histórico. Así de sencillo. Otra cosa es que el diseño, inicialmente descartado como
bandera de la comunidad autónoma durante la Transición, posteriormente ha ido ganando adeptos de forma
transversal en la sociedad de Cantabria, hasta desbancar a la bandera rojiblanca, únicamente utilizada ya en actos y
edificios oficiales.
El nombre, Lábaru, es producto de una chapucera interpretación de datos históricos. Tiene su origen en una teoría
histórica muy arraigada entre el clero vasco hasta el s.XVIII , denominada “vasco-cantabrismo”.
Dicha teoría venía a
decir que la antigua Cantabria en realidad se ubicaba en las provincias de Bizkaia, Álava y Gipuzkoa, y que por tanto,
los antiguos cántabros eran los antepasados de los vascongados. En el seno de esa corriente, también se extendió la
idea de que los antiguos cántabros portaban un “Lábaro”, que es otro estandarte romano, ligado al emperador, pero
que nada tenía que ver con el “Cántabrum”. El caso es que se hicieron una tortilla de patata con todos esos datos, y
dedujeron que el Cántabrum y el Lábarum eran el mismo estandarte, básicamente porque el nombre tenía una fonética
muy similar a un símbolo que entonces se empezaba a poner en valor: el Lauburu. Como ves, no es más que una
cadena de despropósitos, propios una época de oscurantismo histórico, pero el hecho en sí es que durante mucho
tiempo esta teoría del vasco-cantabrismo tuvo rango de cuasi-oficialidad científica; de hecho existió un Regimiento de
Infantería Cantabria Nº39, ubicado en Salinas (Gipuzkoa), creado en 1708, y que portaba como emblema un “Lábaro”,
de diseño también gratuito: un aspa negra sobre fondo blanco.
4. ¿Quiénes eran Amos de Escalante y José María de Pereda?
Son dos de los autores más destacados de las letras montañesas del s.XIX, junto con otros como Menéndez Pelayo.
Forman parte del esplendor de la literatura costumbrista montañesa, cada uno desde su ámbito literario.
Como ya te he comentado anteriormente, el cántabro o montañés, siempre ha entendido su tierra y su realidad como
un mero hecho cultural o etnográfico, sin profundizar ni un milímetro más en otros aspectos como la identidad sociopolítica. Y de este fenómeno no fueron ajenos sus plumas más destacadas. En su obras destaca el amor y la devoción
por su tierra, por sus gentes, por sus tradiciones, por la raigambre de sus linajes, por el tipismo y las escenas de su día
a día, sus fiestas, sus manifestaciones, su forma de hablar, cantar, bailar, relacionarse o trabajar, pero jamás escribirán
ni una letra reflexionando sobre la realidad social, política o económica del país, sobre las urgencias, necesidades,
anhelos o carencias colectivas del pueblo montañés.
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José María de Pereda |
Y eso que, por ejemplo, Pereda hizo carrera política dentro del
movimiento tradicionalista (carlista), pero nunca tuvo la más mínima inclinación por la cuestión montañesa, más allá de
la conservación de su tipismo y sus esencias culturales, amenazadas por la modernidad y las ideas liberales. Y para
colmo, Pereda, uno de los grandes referentes del habla montañesa, que conoció y escribió, siempre se consideró
castellano, y definió al Montañés como parte del Castellano, cuando ya Menéndez Pelayo y otros autores de la época
habían catalogado a las formas de expresión oral de La Montaña como realidades lingüísticas entroncadas con el
astur-leonés.
Pero lo que son los antojos de la historia; con el paso de las décadas, Pereda y su obra se acabó convirtiendo en una
de las principales referencias de los primeros pensadores cantabristas, como primer documentalista y testaferro de la
Cantabria más autóctona y de sus marcados hechos diferenciales dentro del Estado, especialmente respecto de
Castilla y su cultura.
5. ¿El cantabrismo tiene algo que ver con el republicanismo español?
Si nos ubicamos en las primeras décadas del s.XX hasta la Guerra Civil, se puede decir que no es del todo cierto. Si
uno repasa la prensa de ese periodo, tanto en publicaciones conservadoras, liberales, progresistas o incluso
socialistas, el discurso “cantabrista” se caracteriza por dos aspectos:
El primer aspecto es la ausencia de unas líneas nítidas, es decir, no existen corrientes de pensamiento con principios
básicos respecto del hecho montañés y sus aspiraciones; se suceden decenas de autores, cada uno de ellos con ideas
personalísimas (producto del ya señalado “individualismo montañés”), que desprenden las teorías más surrealistas que
uno se pueda encontrar, tanto a la hora de analizar las carencias o urgencias de La Montaña, como a la hora de
plantear soluciones políticas o teorías económicas. Comenzando por la propia articulación territorial de la Provincia
dentro del mapa “regional” del Estado, donde hay una propuesta casi por cada autor; desde mancomunidades con
Asturias y León, hasta la creación de hinterland con las provincias del norte de Castilla, o la unificación definitiva de
todos los territorios montañeses disgregados desde 1833 en cinco provincias (la Montaña leonesa, la Montaña
Palentina, la Montaña Burgalesa, La Montaña de Santander, y el oriente de Asturias). Y como no, también los que
defendían la castellanidad de Santander como cuna del reino y esencia de España.
Y el segundo aspecto, como ya he avanzado antes, es que al no ser una corriente definida, es abrazada por todas los
movimientos ideológicos, desde el tradicionalismo, los monárquicos, los liberales, los progresistas, los
revolucionarios… Cada uno arrimando el ascua a su sardina, y ninguno forjando ninguna línea de pensamiento
homogénea en sus respectivas filas.
Una vez proclamada la II República, y una vez ésta va avanzando, los movimientos descentralizadores van derivando en
todo el Estado, cada vez más hacia movimientos de izquierda, progresistas o republicanos. Básicamente porque los
procesos de Cataluña y Euskadi van generado cada vez más un hondo rechazo en las derechas españolas, que cada
vez se van tornando más centralistas y “jacobinas”. En Cantabria esto se materializa de forma definitiva tras el 18
de julio.
Hasta entonces, buena parte de la izquierda se seguía dividiendo entre los que abogaban por formar parte de un
Estado Castellano, los que aún defendían la idea del hinterland con el norte de Castilla, y los que empezaban a
proponer una Cantabria uniprovincial emancipada del ideal castellano, con el que nada nos unía más allá de vínculos
históricos o administrativos.
Una vez asentado el mapa militar, con los dos bandos ocupando territorios más o menos definidos, se observa toda
Castilla La Vieja alineada de forma radical con los golpistas, mientras la provincia de Santander, más la Montaña
palentina y burgalesa, siguen fieles a la legalidad republicana.
Tal vez este hecho acabó de disipar sueños mitológicos
de la izquierda castellanista, y se asumió que La Montaña no era Castilla, y el mapa de ambos bandos resultó
absolutamente revelador. A veces una imagen vale más que mil palabras. Y sí, ahí el movimiento cantabrista, incipiente
y en pañales, pero empieza a ser manifiestamente republicano. Posteriormente será la izquierda, durante la Transición,
la gran abanderada del autonomismo y la separación de Castilla, mientras que la Derecha españolista se erigirá como
la única defensora del Santander castellano.
6. ¿Cómo definirías el pan castellanismo?
Es el gran elemento revelador del verdadero espíritu del castellanismo. Por mucha burra revolucionaria que nos lleven
vendiendo durante años, al final Castilla sigue siendo Castilla, y sus esencias intolerantes, reaccionarias, violentas,
dominadoras y hegemónicas, acaban escapando por los poros. Al final, enseñan la patita, y el caso de Cantabria es el
mejor ejemplo.
Castilla es el paradigma del pueblo perdedor; perdedor no en lo político, porque es el ÚNICO pueblo de España que
jamás ha sabido lo que significa ser invadido, negado, aplastado, prohibido, perseguido, “aculturizado”… Son los
únicos que no saben lo que significa que su lengua sea prohibida o sus instituciones sean aniquiladas y sustituidas por
una potencia invasora; básicamente porque la fuerza invasora acostumbraban a ser ellos (Quan el mal ve d´Almasa…).
Castilla ha ganado todas las guerras o conflictos internos que se han planteado en España (salvo la Guerra de las
Comunidades). Cuando hablo de pueblo perdedor, me refiero a pobre, y no sólo al plano material. Y frente a esa
pobreza, producto de diferentes factores (fundamentalmente logísticos), ha de encontrar un culpable. Como no podía
ser de otra forma, la culpa nunca es suya, ni de su ubicación geográfica, ni de la escasa productividad de su tierras, ni
de la ausencia de recursos naturales del territorio, ni de si irrelevancia en rutas mercantiles o comerciales… No, la
culpa es de la Periferia; “la Periferia nos roba”… y encima nos disgrega en lo geopolítico.
El nivel de desquiciamiento panfletario se basa en dos líneas de inmadurez emocional y dialéctica. La primera es que el
pueblo más “revolucionario” del Europa (paradigma, curiosamente, del pequeño propietario agrícola), el pueblo más
tolerante, asambleario y democrático que ha conocido el Orbe, de repente toda su progresía guay se bloquea, y se
pasa por el arco del triunfo la voluntad del pueblo montañés de ejercer su derecho al autogobierno. Y afirman, con
expresión pelele, que éste no existe, que a los santanderinos nos han lavado la cabeza, que nuestro hecho es ilegítimo
(como Casado hablando del Gobierno de Pedro Sánchez), y que la Comunidad Autónoma de Cantabria no es producto
de la voluntad del pueblo, sino exclusivamente de una conspiración fascista: conspiración gestada entre la burguesía
santanderina, el nacionalismo español anti-castellano, y el PNV. Así, y que quedan tan panchos, como quien sentencia
la Santísima Trinidad, pero como un pin de Bildu en la sudadera.
No sé qué producto psicotrópico descatalogado consume el castellanismo de forma colectiva, desde hace
generaciones, pero a la hora de diagnosticar su pedrada, me volvería a decantar por ese escozor de pueblo perdedor,
que tiene que acudir al recurso psicológico del “culpable” externo frente a todo lo malo que padece, y ante esa urgencia
psicológica, no opone la más mínima exigencia intelectual.
En primer lugar, esa entelequia de tarado, la “burguesía santanderina”, además de ser una burguesía de origen
castellano (burgalesa), desaparece en los años 60. Fue nuestra particular “huida de los Condes”. Cuando se producen
los primeros amagos pre-autonómicos, los rescoldos de la manida “burguesía santanderina” hacía años que habían
fallecido o estaban apagándose en alguna residencia madrileña. La provincia de Santander ya era un desierto
industrial, y los únicos empresarios que existían eran de nuevo cuño, los típicos “emprendedores” hechos a sí mismos
tras la guerra, que comenzaron desde abajo, pisando a los de más abajo. Ya no quedaba ni rastro de linajes
decimonónicos. NADA
En segundo lugar, todos lo que vivimos el proceso autonómico en Cantabria (que fue hace 40 años, no 40 siglos)
sabemos dónde estaba cada cual, ideológicamente, respecto de dicho proceso. Es decir, todos sabíamos que toda la
extrema izquierda, la izquierda y el centro, estaban a favor de la autonomía (véase los firmantes del Organismo
Unitario, la Asamblea Mixta, o de cada una de las manifestaciones que se convocaron esos años), y fueron
precisamente los representantes del nacionalismo español (AP y AICC) los ÚNCIOS que se opusieron de forma radical
al proceso y defendieron la castellanidad “mitológica” de Santander.
Y ya, en el colmo del peyote de secano, meten en la ecuación, nada más y nada menos, a los nacionalistas vascos (y
lo defienden con una ikurriña colgada en la sede de IzCa, para que se vea lo super-revolucionarios que son).
7.¿Cómo está Cantabria bajo el COVID19?
La verdad es que cuando un territorio ya está hundido en la más absoluta crisis estructural desde hace décadas, tanto
en el plano económico, político, laboral, social, industrial, cultural… En el momento que llega esta crisis, ciertamente
sacude con menos virulencia que en otros territorios más pujantes y dinámicos. En otras palabra, aquí el Covid tiene
menos donde rascar, sobre todo cuando aún no nos habíamos levantado, en absoluto, de la crisis del 2009. Aquí el
verdadero COVID fue el estallido de la burbuja inmobiliaria, que trajo consigo el cierre de multitud de empresas (dígase
constructoras y vinculadas) y mandó al paro de miles y miles de ninis que durante los 90, y gracias al Pocero del Norte
(Revilla), encontraron en los andamios la solución a todas sus carencias formativas y laborales. Como digo, cuando
llegó el Covid, el barco aún seguía encallado. Es más, en realidad nunca dejó de estarlo.
8. ¿Cómo se encuentra el antifascismo en Cantabria?
Más bien la pregunta sería dónde está, porque yo no tengo ni idea. Si percibes alguna señal, házmelo saber.
Ahora en serio; existen colectivos, pero como todo en Cantabria, absolutamente minoritarios, irrelevantes,
descohesionados, intermitentes, volátiles, efervescentes… Como te digo, fiel reflejo de la estimulante realidad social de
la Cantabria contemporánea.
9. ¿Qué era el ADIC?
Pues creo que ya te conté al comienzo, en la pregunta sobre los orígenes del Estatuto de Autonomía de Cantabria,
cómo y dónde nace ADIC.
Una vez se logra la Autonomía, Cantabria sufre, inmediatamente, un proceso de desinflado del “suflé autonomista”
(como se decía de Catalunya con el procés). La sociedad civil de Cantabria estaba convencida que la Autonomía era el
fin, era la meta. La inconstancia del cántabro contribuyó a que se negaba a asumir que la Autonomía no representaba
el fin de la lucha, sino precisamente el comienzo. La Autonomía otorgaba herramientas y responsabilidad para poder
luchar por aquello en lo que –supuestamente- crees, y asumir ese esfuerzo en pos de un bien común y de unas
mayores cotas de bienestar. Pero no, el cántabro estaba convencido que, una vez lograda la Autonomía, ya se podía
sentar en el porche, y esperar que el maná cayera del Cielo. En otras palabras, la mayor parte de la población de
Cantabria entendió el hecho autonómico como un estatus bajo el cual, cada año, lloviesen millones y millones de
pesetas, vía Presupuestos General del Estado, sin pasar por filtro de Valladolid y sin tener que repartir entre un montón
de provincias más pobres y necesitadas que Cantabria (en 1982).
Pues bien, esa bajada de brazos, afectó de manera directa a ADIC.
La asociación, además de sufrir un paulatino
descenso de socios, quedó como el único movimiento social que abiertamente denunció la estafa autonómica que se
fraguó durante la articulación del texto estatutario. El Estatuto de Autonomía de 1982, de facto no era ni eso, sino más
bien la mera asunción de las competencias de la desaparecida Diputación Provincial de Santander, decoradas con una
bandera, un presidente, un gobierno y una asamblea regional. Aún así, al pueblo llano ese detalle no le inquietó lo más
mínimo, convencidos de que la consecución autonómica era algo así como ganarse el derecho a una renta vitalicia, sin
dar un palo al agua. Y evidentemente, el autogobierno es justo lo contrario: trabajar más, porque trabajas para ti y para
los tuyos, para obtener más (para ti y los tuyos).
ADIC se declaró nacionalista en sus estatutos, abogó por un proceso de “construcción nacional”, y trató de pertrechar
un discurso cantabrista frente a la deriva populista, españolista, provincianista y caciquil del PRC de Revilla.
Revilla
acabó por asumir que la única forma de vivir de la política en Cantabria es no tratar de cambiar ni corregir los eternos
vicios del pueblo cántabro, sino al contario; someterse a ellos y darle al pueblo lo que pide: ladrillo, especulación, toros
y sevillanas… la España cañí, en medio del Cantábrico. Y frente a ese modelo, compartido con el PP, y no respondido
ni denunciado desde la izquierda sucursalista (PSOE, PCE-IU), ADIC se convirtió en la única voz crítica con el
secuestro y aniquilación del proceso autonómico.
Con el paso de los años, ADIC ha pasado por diferentes procesos, más o menos traumáticos, producto de la propia
realidad que padece Cantabria, y actualmente es un ente en vías de extinción, que cumplió su papel durante la
Transición, pero que no fue capaz de incidir socialmente a la hora de denunciar el fracaso autonómico en que estaba
derivando esta tierra. Entro otras cosas porque la mayor parte de la sociedad de Cantabria, es cómplice, consciente o
inconscientemente, de esa farsa.
10. ¿El cantabrismo es regionalista o provincialista?
Bajo mi punto de vista, el cantabrismo ya no existe, salvo honrosas excepciones a nivel personal. Pero a nivel
colectivo, hace mucho que desapareció (y sin vías de resurrección).
Dicho esto, y hablando ya desde el plano teórico o conceptual, para mí no es ni regionalista y provincialista. Es todo lo
contario, ha de ser enemigo acérrimo de esas dos corrientes. El cantabrismo debiera haber constituido una tendencia
de pensamiento seria, preparada, intelectualmente intachable, con un discurso sin fisuras, convincente, creíble, con
unas base social sólida y bien preparada, absolutamente inmunizada frente a cualquier discurso populista. En el plano
social, como he dicho antes, debió ser un movimiento social absoluta y radicalmente enfrentado a los vicios
tradicionales del pueblo montañés, puesto que estos vicios han sido la tumba de la propia Cantabria.
Y en el plano
estrictamente ideológico, un movimiento comprometido con los valores culturales, etnográficos, y tradicionales del
pueblo montañés, pero superando sus vicios, e insertándolos en un nuevo modelo social basado en el esfuerzo
colectivo, la solidaridad, el sacrificio, la cohesión, la militancia constante, el compromiso con los demás, la lucha por el
bien común, la primacía del interés colectivo frente a cualquier tentación individualista… Un movimiento, en primer
lugar SOCIAL, y a continuación CÁNTABRO. Sin entender ni asumir el concepto de lo colectivo, es imposible asumir
qué es ser cántabro y cantabrista, es decir, no hay identidad cántabra.
En otras palabras, el cantabrismo debió ser exactamente lo contrario de lo que el PRC y Miguel Ángel Revilla han
resultado ser: defensa a ultranza de los intereses de depredación del cántabro individualista, egoísta y salvaje,
pisoteando los intereses colectivos de un pueblo, el cántabro, que ni se siente cántabro, ni se siente pueblo, ni siente
suyos esos intereses colectivos